Se cierran las nubes grises
bajo el cielo ceniciento
y dibujan un presente
o un futuro vagos
y cargadas de agua levitan
y se mueven cerrándole
el paso a los tímidos rayos del Sol.
Debajo en la terraza
el niño que juega
le pide a su madre que le mire
—como un pez de ojos grandes
respirando bajo el agua—
queriendo que le preste su atención.
Como en la laurisilva
se posa el helor del ambiente
y riega con frío
al verbo y al pensamiento
lo mismo que las negras letras
escritas sobre el blanco de la hoja del libro.
Un tapiz de laureles se embeben
de pensamientos que fluyen,
se marchan, disipados en el éter
invisible a nuestros ojos,
excepto al ojo de la madre
que de todo está alertada.