Sin pausas y sin prisas los días se deslizan
por el longado tobogán que intensifica la caída
en un coso de sucísimo arenal
en que caemos asentados y de pie
volvemos a subir por su escalera desgastada.
Jugamos en el parque rodeados de jardines
coloreados por las flores y tapices verdinosos,
corremos sudorosos buscando los columpios
y ocupamos los minutos que el reloj nos ha marcado.
Pasamos los abriles, esperamos el estío
con desgatadas zapatillas sin cordones,
buscamos en las fuentes el agua cristalina
que regala sus sabores a las buces.
Es momento de marcharnos
y enfilamos la arboleda con pisadas de las suelas desgastadas;
demoramos el camino en el crepúsculo.