Imagen de wirestock en Freepik</a>
Soy un Sol
extinto sin lugar ni parte
que fenece.
Mustio, ajado astro,
Sol muerto,
óbice extinto,
restos de cenizas.
Carbón tan derretido.
Vil horizonte, me voy apagando
(no se acuesta la negra noche
sin estrellas
ni destino).
Busco esconderme,
Rey etéreo,
en ático de dioses
protegido en asilo, postergado.
Pintando los colores del tiempo los adioses,
antiguos rayos cálidos (vientre tan pretérito
donde germinaba la semilla de la vida).
Se alarga la amarga negrura
elástica, nunca se encoge.
Tensa cada hálito en ardiente fuego.
La amarga negrura se alarga
en vapor, en humo vivo naciente,
de las ascuas de un incendio.
Sin almíbar,
sin dulce ambrosia
que la Luna
guarda en su guarida.
Despojado del verbo, de la amable mirada
que a otro astro nuevo dedica.
Luna llena de banquete
y caricias ajenas.
No hay altar ni nicho,
no hay lápida ni mausoleo,
siquiera hay donde caerse muerto.
Solo albergo el triste consuelo
del fenecido.
Ser presa del fuego
y arder en este infierno.