Sin lugar a duda
el empujado atrevimiento,
deseo íntimo
y efecto no causado,
abrió la puerta del no eco,
del acallado verbo,
del sordo y mudo silencio,
de días ya pasados:
pretérito perfecto,
sueño no soñado.
Tan cierto es el silencio
como el recuerdo
de tan efímero atrevimiento,
de creer convencido
escuchar lo querido por querer ser escuchado,
igual que roza el viento el bosque
y su sonido deviene en memoria
de algo que no son hojas, ramas, árbol
ni tupida foresta
mecida suavemente
por un soplo invisible.
Y un déjà vu
nos transporta al no lugar,
al no ser,
al puro teatro del engaño.
Hay que convenir
la evidencia invisible,
por ciega,
y la obcecada cegada ensoñación,
querer aquello que se quiere querer
sin saber medir,
sin saber ubicar ni ordenar
y así, dejarse llevar
por la ciega y sesgada imprudencia.