10 mayo 2014

Y LO QUE NOS QUEDA



Como decía Bertrand Rusell: «Hablando en general, recibe cariño el que lo da. Pero es inútil intentar darlo de manera calculada, como quien presta dinero con intereses, porque un afecto calculado no es auténtico, y el receptor no lo siente como tal».

Lo que se ve y no se ve

Es estos tiempos de afirmaciones gratuitas, verdades que no lo son, certezas sacadas de frases de tipos como Coelho o cualquier sinvergüenza inmoral, de búsquedas extrañas y compañías absurdas y perniciosas, por ejemplo, afrontar quienes somos, de donde venimos y a donde vamos ha quedado en un segundo plano; preferimos la inmediatez y, con ello, las decisiones meditadas son sustituidas por el contento de las meras apetencias, por la pronta satisfacción de lo inmediato.

Hay quien no se marca un camino en el que planificar, persistir, continuar, corregir el rumbo si se tercia. Se ha asociado el conflicto al fracaso y el fracaso con la anulación del sujeto, de uno mismo. Triunfar ha quedado para algunos relegado a tener un 4G, ascender laboralmente a costa de los demás, rematar un ligoteo, viajar (aunque sea encerrándonos en una habitación de Hotel), estar alienados en actitud casi autista en cualquier antro, disco, After Hour, Rave o macro-concierto al uso, a acumular amistades, seguidores, adeptos, etc., en la asociación de vecinos, el sindicato, la agrupación política local, la iglesia, en el mundo matrix (Instagram, Whatsapp, Facebook, Line, Telegram, Twitter, etc...), en vestir a la moda (aunque solo nos podamos permitir adquirir un complemento), leer el mismo libro insulso que lee todo el mundo, estar en el topten del juego de moda o en ser portada de lo que sea.

Seguro que hay otras formas en las que sentirse feliz en este estado de despropósitos donde las palabras pierden su significado y donde los hechos responden, salvo excepciones, a respuestas de pulsiones, estímulos y sensaciones que solapan muchas veces realidades más duras que duele asumir y trabajarlas; así hemos sustituido a Freud por Swami Gurú Devanand, o dicho más claramente, a la psicología por el yoga y al diván del psiquiatra por los paseos autistas con el primer bellaco o baboso que hace como que nos escucha (corriendo el peligro que luego le paguemos la cena, las copas y los vicios).

Siempre son los mismos los que están a merced de vampiros emocionales, de maltratadores, gigolós del tres al cuarto, sinvergüenzas y encantandores de serpientes. Los niños, los enfermos, las personas mayores, quienes han tenido una pérdida, los que sufren, las personas desestructuradas, quienes tienen la auto-estima equivocada, los adeptos al «new age», quienes necesitan tener fe en algo, etc., son quienes desgraciadamente sufren los efectos perniciosos de granujas y personajes negativos.

Hemos relegado la inteligencia al lugar que antaño ocupaba la fantasía; somos niños que andan perdidos y se aferran a la primera mano, supuestamente adulta, que nos tienden. Hemos prescindido de las estructuras y en su lugar el Caos reina a sus anchas. Incluso hemos puesto nuestras enfermedades en manos de yoguis, holísticos, terapeutas sin licenciatura ni formación académica o granujas enciende-resinas y sopla-velas. Así nos va.

Lo que nos queda, pues, es nuestra infelicidad que pensamos que se esfumará encendiendo una varita de incienso.

Lo que somos y quienes no somos

Cualquier actitud moral ha quedado relegada por el individualismo. La ética ha sido sustituida por la estética y por el utilitarismo. Utilizamos a los demás y así nos dejamos utilizar; es el juego perverso. Ni siquiera la gente miente para evitar un mal mayor o ahorrar un daño a alguien. Si mentimos es para salir airosos, ganar a costa de otros; hemos llegado a creernos nuestras ensimismadas mentiras.

La literatura y el cine, a veces, nos han advertido en donde estamos y hacia donde vamos; me viene a la memoria el film «Los sustitutos» donde el solipsismo, la negación y la deslealtad eran los efectos de una realidad feliz y aséptica de copias que nos protegían de ser quienes somos.

Si el alma nos duele el yoga no sirve para nada, ni el alcohol, ni el «Candy Crush" ni la soledad acompañada. ¿Lo que nos queda es un ejército de personas sin rumbo, de infelices y de adictos? ¿Todo son sombras, apariencias y engaños finos o burdas mentiras?

 -No. Aún queda gente que vale la pena, por supuesto.

Acabamos con Bertrand Rusell: 

«Hay ciertas cosas que son indispensables para la felicidad de la mayoría de las personas, pero se trata de cosas simples: comida y cobijo, salud, amor, un trabajo satisfactorio y el respeto de los allegados. Para algunas personas también es imprescindible tener hijos.

Cuando faltan estas cosas, solo las personas excepcionales pueden alcanzar la felicidad; pero si se tienen o se pueden obtener mediante un esfuerzo bien dirigido, el que sigue siendo desgraciado es porque padece algún desajuste psicológico que, si es muy grave, puede requerir los servicios de un psiquiatra, pero que en los casos normales puede curárselo el propio paciente, con tal de que aborde la cuestión de la manera correcta.»