Aprieta la mano de Dios el cuello infeliz
del ahogado y se mofan los niños
apilados jubilosos ante el Hacedor,
sus ojos se hienden ante el crimen
dibujando garabatos en las muecas
de sus labios. Sacrifican en sus risas
su infame y vanidosa rectitud.
Corren jocosos, desvelan los párvulos
el evangelio de los hechos consumados,
delinean con sus brazos mil cabriolas,
patalean su oportuno alborozo
y sus padres los absuelven de tan temprana indignidad.
Dios ascendió de los infiernos,
su ira obturó cualquier indicio de esperanza,
su infinita gloria esputó el sagrado calvario
y el cordero degollado baló en éxtasis,
regurgitando sus entrañas, en la ágora la buena nueva.
Dios aprieta, ahoga y sacrifica a su embustera creación
congregada y homicida, cómplice de su divina
iniquidad, por los siglos de los siglos.