Si
las sonrisas perduraran
el
tiempo arrancaría
las
manijas de los relojes,
el
amanecer estaría estático
meciendo
las horas en un impasse.
Los
cielos abrirían
los
perfumados
frascos
de tu esencia,
esa
que se esconde
herida
en la guarida
a
salvo de la decepción,
del
nudo que ata
el
pasado que disculpas
con
el jardín que, día a día,
cuidas
con el esmero
de
tus manos fuertes
y
las caricias de las miradas atentas,
del
paraíso que como un oasis
resiste
el lento caminar
de
dunas de arena.
Si
las nubes se pararan
serían
como los guardianes
del
templo en el que rezas
a
ese dios piadoso,
invisible, que siembra
entre
estiércol vergeles
de
piedad. La que nunca
te
has concedido.
Si
quisieras, un millón de estrellas
velarían tu descanso, como ángeles
que
guardan pacientes tu despertar,
y
todos los colores de la vida
desnudarían
las tormentas
que
han hecho esclava tu alma
en
ese túnel sin salida,
que
como un vórtice te arrastra,
día
a día, a la tristeza gris
que
pintas con medias sonrisas,
con
muecas,
con
los silencios
que
pesan sobre los hombros
de
tu conciencia.