Mi
traza puesta de espaldas
en
el corto horizonte,
atragantadas
las palabras, finadas,
rotas
en el alambre.
Y con el roce,
tacto
suave inesperado,
de
tu dedo amable
despierto
del letargo
y
me llego hasta tu norte.
Y
sin beberlo,
ni
siquiera acordarme,
se
destierran mis desvelos,
se
atrofia este vasto hambre
con
la sola sencilla sonrisa
que
me lleva a tu regio nombre.
Sorbiendo
el tiempo que huye,
robando
segundos a tus relojes,
me
levanto con el suave goce
que
despierta mis sentidos,
cruzando
las paredes
convirtiendo
el mármol aire,
fijando
en tus ojos,
negros
como una noche,
la
mejor de mis mercedes.