Fotografía: Arturo Villarrubia
Son
los colores
del
alma
la
curvatura
que
traza
el
peso
de
tantas cosas.
Son
tintes
que
tiñen
de
sangre
que
se expande
en
los dolores
que
constriñen
dibujando
un trazo
más
grande.
Son
hierbas
que
huele
el
monte:
espliego,
tomillo,
lavanda,
romero
las
que alientan
sentimientos
que
brotan
de
un semillero.
Es
el cielo
sin
sus nubes,
es
el mar
que
se está quieto,
es
el rio limpio
con
sus cantos
rodados
por el tiempo.
Es
el Sol
que
calienta
el
hemisferio
abrigando
las pieles
que
se curten,
que
se sajan
con
sudores
y
viento.
Es
la nieve
que
atrapa
las
huellas,
es
la nata
que
endulza
el
pastelero,
son
dientes
que
se aprietan,
son
blancas sábanas
que
se mecen
tendidas
en el verde;
el
glauco, el índigo
y
el ambarino
de
los ecos,
de
las risas,
de
los partos
inconclusos,
de
las metas
que
se olvidan,
de
mil pies
que
se miran
y
se pisan.
Y
son colores
que
alimentan
las
sonrisas.