24 mayo 2014

EL HORLA. UN COMENTARIO DE UN CUENTO DE TERROR.




Mis terribles dolores me hacen ver que estás lejos todavía de nuestra Patria;
veo que te resistes al Cielo, magnífico y antiguo.
Pero es inútil tu furia y tu delirio.
He aquí, levantada, la Cruz, la Cruz que jamás arderá
-victorioso estandarte de nuestro linaje-
Novalis. «Himnos de la Noche»


Un contexto de la obra

El advenimiento del Progreso y de las Luces tuvo consecuencias. Lo anímico y lo irracional quisieron compensar los cambios que se producían.

La literatura se inundó de historias increíbles, aterradoras. Frankenstein es un nuevo Adán. El hombre es el todopoderoso creador. La bestia es su obra más perfecta. La inocencia muere jugando ahogada. Las llamas purifican la maldad del hombre confiriendo, así, humanidad al monstruo.

Es una época de espíritus solitarios, de sifilíticos, de dementes y de tuberculosos. El joven Werther personifica lo desgraciado del ser. La Luz nos muestra el oscuro destino de la humanidad. Aparecen los hijos de la Noche. Los moradores de los cementerios salen de sus tumbas para reclamar su lugar en la Historia.

La identidad se reafirma ante un sombrío panorama. Lo viejo contra lo nuevo. La encrucijada. Jeckill y Hyde. La Naturaleza contra la Ciencia. La Patria se alza contra el Leviathan uniformador. El folclore, el idioma de los antepasados y las costumbres renacen. El crucifijo ahuyenta el engendro del Mal. La fe mueve al pueblo para cazar a la abominable criatura. ¿Quien sino un científico podría crear a la bestia? El soplo divino en el barro deja paso a la electricidad que reanima una sinécdoque de cuerpos ultrajados.

El Horla

Narración sobresaliente del escritor francés Guy de Maupassant, prolijo autor de relatos fantásticos. La primera reacción que provoca la novela es desasosiego. El terror y desconcierto del protagonista se traslada al lector. Cada frase del Diario mantiene alerta los sentidos. Suscitar el interés es una de las virtudes del francés. ¿Quien no ha sentido la sensación helada de una presencia? ¿Que ojos no han buscado algo que no está? Sin motivo aparente nuestro protagonista decae. Sus energías le abandonan.

Un 8 de mayo comienza el desarrollo de la historia. Apenas una breve introducción exaltando la Naturaleza, las costumbres, incluso, los modismos regionales. ¡Que hermoso día!...Tendido en la hierba...bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra.

Frente a nuestro ufano protagonista un ancho Sena y torres góticas son espectadores del símbolo del progreso en forma de remolcador que echa humo. Nuestro protagonista no será ajeno a los cambios. La visión de una blanca goleta le hace sentir exultante.

En 72 horas algo pasa. Tres días más tarde llega la confirmación: ...estoy enfermo. El médico le prescribe duchas y bromuro de potasio. Lo que sigue es angustioso.

La inquietud se palpa. Es veraz la descripción de los terrores nocturnos. ¿Quien no ha sentido que algo, alguien o ello se sienta sobre nosotros sin que podamos articular una palabra mientras dormimos? El grito estremecedor nos recuerda que aun estamos vivos. El gallo cuando escucha su eco canta más alto y fuerte. Comienza así un nuevo día.

Esta novela corta describe un proceso físico, mental. Una fractura ontológica. Una ida y una venida. Los paseos, los viajes como recurso sanador. La huida nunca es completa. A veces miramos atrás. Volvemos tras los pasos que nos llevan de nuevo al hogar. ¿Donde se esconden los fantasmas? ¿Por qué nos siguen en el día a día? ¿La lejanía libera de las sombras?

Se suceden los días. Nuestro amigo enfermo no tiene un nombre. El anonimato es total. Poco sabemos de él. Maupassant nos mantiene en vilo sobre nuestro atormentado anfitrión. ¿No fue el conocimiento lo que expulsó a Adán y a Eva del Paraíso? No ha lugar a rodeos. Es un Diario. No hay pecado que purgar.

Nuestro protagonista sin nombre huye. Es el primer viaje. El autor se recrea en la belleza de la naturaleza. En esos episodios es cuando se encuentra bien, entonado, con energías, con vitalidad.

Hay un punto de inflexión en la historia. La conversación con el monje es significativa en la toma de conciencia de nuestro protagonista. Las leyendas aparecen y, con ellas, los misterios de la noche. Es curiosa la leyenda del hombre encapuchado acompañado por un macho cabrio con rostro de hombre y una cabra con rostro de mujer. El monje dice no saber aunque expresa:

 —¿Acaso vemos —me respondió— la cienmilésima parte de lo que existe? Observe por ejemplo el viento, que es la fuerza más poderosa de la naturaleza; el viento, que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y que arroja contra ellos a las grandes naves, el viento que mata, silba, gime y ruge, ¿acaso lo ha visto alguna vez? ¿Acaso lo puede ver? Y sin embargo existe.

Hay cosas que son y que no vemos. Lo grave es que están.

De vuelta del viaje sucede un hecho que se repite. La jarra está vacía. La noche anterior estaba llena. Lo evidente hace sucumbir a la razón: ¿Quién se había bebido el agua? Yo, yo sin duda. ¿Quién podía haber sido sino yo? Entonces... yo era sonámbulo, y vivía sin saberlo esa doble vida misteriosa que nos hace pensar que hay en nosotros dos seres, o que a veces un ser extraño, desconocido e invisible anima, mientras dormimos, nuestro cuerpo cautivo que le obedece como a nosotros y más que a nosotros.

Aún tengo en la memoria a los que abren las neveras y ven allí personas. Para quienes su padre es otro. Aún recuerdo como lo evidente daba paso a su contrario. Aún les veo correr escapando de un peligro que no había pero que era real. Cuanto dolor y cuanta angustia generan la enfermedades mentales.  La pérdida del alma. La huida del yo dentro del yo. La certeza total. El mimetismo. Cuanta tristeza y vergüenza la de los seres queridos que ven al enajenado sucumbir a su fantasía, a su íntima verdad. Allí donde Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza el barro vuelve a su forma. De la costilla de Eva nace Dios. Adán es la manzana. El Verbo la serpiente.

Relata el rico huésped. ¿He perdido la razón? Lo que pasó, lo que vi anoche, ¡es tan extraño que cuando pienso en ello pierdo la cabeza!

A partir de aquí nuestro protagonista huye de nuevo. Entre personas se encuentra bien. Visita a su prima y un episodio de hipnosis le muestra la fuerza de la sugestión. El poder de la mente es realmente increíble.

Maupasant aprovecha la ocasión. Es el 14 de julio. Es la fiesta de la República. No deja títere con cabeza. Critica a la masa, el populacho, por su falta de criterio y de volubilidad. Crítica a los políticos por guiarse por principios, por falsedades.

La vuelta al hogar nuestro protagonista tomará conciencia del ente, de su poder sobre la materia y sobre su voluntad. Aunque el contacto con la Naturaleza le continua provocando un estado de felicidad, de excitación, de vitalidad, de belleza: El sol iluminaba el agua, sus rayos embellecían la tierra y llenaban mis ojos de amor por la vida, por las golondrinas cuya agilidad constituye para mí un motivo de alegría, por las hierbas de la orilla cuyo estremecimiento es un placer para mis oídos.

Sin embargo es consciente nuestro amigo del poder que ejerce el ente sobre él. Nos encontramos ante un claro estado de posesión. Un ser invisible lo domina a voluntad. Pero, ¿quién es el ser invisible que me domina? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural?

La ira aparece. Nuestro amigo se rebela contra el ser invisible. Toma conciencia y hace un símil: ¿Acaso a veces los perros no muerden y degüellan a sus amos? Plantea una estrategia, pero descubre que también a otros le ocurre lo mismo. Deduce que aquel 8 de mayo la goleta que vio traía al huésped que bebe agua, leche, le roba la energía y la voluntad.

Estamos ante un claro caso de vampirismo. Las noticias llegadas allende los mares así lo atestiguan: "Nos llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a los pueblos europeos en la Edad Media, se ha producido en el Estado de San Pablo. Los habitantes despavoridos abandonan sus casas y huyen de los pueblos, dejan sus cultivos, creyéndose poseídos y dominados, como un rebaño humano, por seres invisibles aunque tangibles, por especies de vampiros que se alimentan de sus vidas mientras los habitantes duermen, y que además beben agua y leche sin apetecerles aparentemente ningún otro alimento".

El nombre del invitado invisible es desvelado. El Horla. Un ser superior. Un ser que ha venido a dominar al ser humano. Darwin ha vencido al Dios Goliath. Maupassant claramente nos ha estado describiendo una crisis. Llegados aquí la locura ha hecho mella en nuestro protagonista. Con los instrumentos de la razón y de la ciencias ha tomado conciencia de la realidad. Una realidad que nos trasciende. Un ser invisible, el Horla, es el nuevo estadio en la evolución. Es paradójico que ese ente tiene comportamientos humanos. Pasea, bebe agua y leche, lee y tiene aparentemente temor.

Hay que recapitular. Nuestro protagonista ha hecho a lo largo de su Diario una reflexión epistemológica. Tres son las fases:

Escepticismo. —Si existieran en la tierra otros seres diferentes de nosotros, los conoceríamos desde hace mucho tiempo; ¿cómo es posible que no los hayamos visto usted ni yo?

Optimismo. Decididamente, todo depende del lugar y del medio. Creer en lo sobrenatural en la isla de la Grenouillère sería el colmo del desatino... pero ¿no es así en la cima del monte Saint-Michel, y en la India? Sufrimos la influencia de lo que nos rodea.

Desasosiego. Cuando nos atacan ciertas enfermedades nuestros mecanismos físicos parecen fallar. Sentimos que nos faltan las energías y que todos nuestros músculos se relajan; los huesos parecen tan blandos como la carne y la carne tan líquida como el agua. Todo eso repercute en mi espíritu de manera extraña y desoladora. Carezco de fuerzas y de valor; no puedo dominarme y ni siquiera puedo hacer intervenir mi voluntad. Ya no tengo iniciativa; pero alguien lo hace por mí, y yo obedezco.

En el cuento de Maupassant por primera vez lo que era un ente invisible ahora es un vampiro. Llegados aquí nuestro protagonista, conocedor de la verdad revelada, sujeto/objeto del dominio del Horla sobre la materia y su psique, henchido del conocimiento de la verdad, se muestra con la vehemencia propia de la locura más estridente y con la certeza del trágico destino de la humanidad:  ¡Ah! El buitre se ha comido la paloma, el lobo ha devorado el cordero; el león ha devorado el búfalo de agudos cuernos: el hombre ha dado muerte al león con la flecha, el puñal y la pólvora, pero el Horla hará con el hombre lo que nosotros hemos hecho con el caballo y el buey: lo convertirá en su cosa, su servidor y su alimento, por el solo poder de su voluntad. ¡Desgraciados de nosotros!

En el proceso de la locura siempre hay un rincón para lo apocalíptico. ¿No será que la conciencia de la verdad provoca estados de demencia? ¿No será la soledad de nuestro amigo la antesala de la enfermedad? El ser humano es un solitario que busca la compañía de otros solitarios. El enfermo solo tiene, o ansía, la compañía de Dios. Si Dios ha muerto nos queda el Horla.

Maupassant se encontraba en pleno declive físico (sífilis) y mental; tuvo varios intentos de suicidio. Sus últimos días acabó en una residencia mental. ¿Qué es lo que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar esas locuras. Está en mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré!

La locura tiene su canto del cisne, posee (siempre) ese punto de certeza que nos convierte en una diáfana expresión de la nada, del vacío. ¡Mi imagen no aparecía y yo estaba frente a él! Veía aquel vidrio totalmente límpido de arriba abajo. Y lo miraba con ojos extraviados; no me atrevía a avanzar, y ya no tuve valor para hacer un movimiento más. Sentía que él estaba allí, pero que se me escaparía otra vez, con su cuerpo imperceptible que me impedía reflejarme en el espejo. ¡Cuánto miedo sentí!

La conclusión, el fin, viene determinada por la destrucción. El fuego aparece como elemento purificador. Nuestros actos tienen consecuencias. Los criados de nuestro protagonista perecen abrasados. El final de la historia ya se había anticipado. Después del hombre, el Horla.