En el hielo las nubes se rizaban,
se arranciaban acedos los sabores,
se empapaba en enojo la tormenta.
Ese cáliz a mi alma atragantaba,
no se abrían las puertas de los cielos
que mimaran tus cálidas orillas.
Amanece con índigos y púrpuras,
anaranjada me despierta su plegaria.
Se dibuja el azul en tu sonrisa,
en tu voz rememoro la cadencia
del trisar melodioso de la alosa.
Con tu vuelo se adorna el hemisferio
y tus trazos deshacen mi desdicha.
Tu paciencia me arrulla bondadosa
que versas en tu verbo. Tu pelo en suave brisa
me embelesa moreno, me fascina y cautiva.
Siempre el niño está, le des o no azulados cielos,
ávido de ti, de tus dulcísimos esmeros.