Fotografía de Nuria Vivancos
Suave arena, alisada y calma,
igual que la cubierta recién planchada,
bien estirada.
Llena de agua y peces,
una llanura orillada es el mar
en esta playa de arena acabada
donde se estiran los cuerpos
buscando afable el Sol de la mañana.
Celeste es la mirada
que se mueve con las olas
cantando su arrullo
con ese desdén,
alejando meciendo
el pensamiento
entre algas, olas,
arena y caracolas,
de lo que precede,
del porvenir.
Presente andante
donde salta el ufano güiro,
tremolan sus sombrillas
sin puericia los mayores
picando alguna cosa,
engullendo la pitanza,
pispando alguna cosa,
disfrutan de la brisa.
Los palos clavados buscando la sombra,
colores tornasolan caracoles:
flamantes parasoles tapando el zarco cielo.
¡Ay! Mirando está la mar en mis recuerdos.
Los domingos enteros en la playa,
la larga caña que empuña mi padre,
el fino sedal, su salabre y lombrices
clavadas en anzuelos, pan mojado
echando el lastre
buscando lubinas, doradas y lisas.
En las rocas los cangrejos se escapaban
corriendo de espaldas,
mirando de frente
echaban bocanadas de sal y aire,
buscando refugio
de nuestras manos con llenos pozales
y esperanzas, pueriles y vanas.
Los pies chapoteaban con el primer amor
(mesaba bruno su pelo en la orilla),
sus ojos eran besos y sonrisas,
ese era el mejor Sol,
¡ahí es nada!
¡Qué bello y nítido es el amor de un niño!
Hoy una bandera
verde en firme asta ondea.
Llevan mis ojos firmeza
cuando pienso en tu mirada.