25 abril 2014

BEATUS ILLE...




Una de las muchas consecuencias que ha tenido la proliferación de recetas para conseguir la felicidad ha sido la alienación (no consciente y no aceptada por quien está alienado), el solipsismo (entendido en el sentido del personaje de  “La Vida es sueño”, Segismundo, quien encerrado toda su vida en una torre desde que nació se pregunta si es un sueño el mundo exterior que observa desde una ventana), como también, y esto ya es más “grave”, cierto narcisismo donde el mundo exterior satisface nuestras necesidades. Y, por último, el Caos en los diferentes órdenes de nuestras vidas (entendiendo el Caos como el comportamiento en el que se pasa de la estabilidad a la inestabilidad y viceversa).

Antes tendremos que ponernos  de acuerdo en definir la felicidad ya que que a lo largo de la Historia el concepto de felicidad no es unívoco y muchas son las clases de felicidad que existen. Para ello, y haciendo un ejercicio de amplitud de miras -y redundante-  por mi parte, adoptaré como “búsqueda de la felicidad” la propia definición de felicidad y, al mismo tiempo, concluiré que en el devenir de nuestras vidas esa búsqueda constante tiene, en momentos concretos, su recompensa no solamente “psicológicamente” sino también en lo “material”. (Ejemplos: “mi trabajo me hace feliz”, “soy muy feliz contigo” “mi coche me hace feliz”).

En el mundo que nos ha tocado vivir tengo la sensación que estamos en un gran bufete libre (es curioso que la libertad en el bufete se da previo pago), excepto en sociedades no avanzadas como lo es la nuestra. El gran bufete que tenemos a nuestra disposición abarca cualquier tipo de necesidad y apetencia que tengamos. Así, por ejemplo, previo pago de una entrada podemos ver una película en pantalla grande incluso amenizarla con cualquier alimento, preferentemente, palomitas de maíz y chocolatinas o, previo pago de la conexión a Internet (incluso si la pirateamos del vecino), podemos bajarnos pelis a mogollón. Incluso el pago de impuestos, tasas y otros gravámenes nos abre las puertas de exposiciones, obras de teatro, conciertos, etc., en recintos públicos como las llamadas Casas de Cultura.

Un mundo rico en objetos tangibles, colores, formas, sensaciones publicitadas, new age a tutiplén, servicios variopintos, hedonismo y yoga, entre otros, nos arranca la sonrisa “feliz” o la mueca dependiendo de lo que cueste disfrutar u obtener el gozo de nuestras alegrías o nuestras tristezas (es curioso como el ser humano, en su simpleza, siente “depresión post-vacacional” o “depresión post-parto” entre otra serie de situaciones que tocan el alma o el bolsillo).

En este mundo de neón, de Internet, de frases geniales, de publicidad, el sujeto operativo deviene en objeto como ocurre, por ejemplo, con ciertos (estereo)tipos de mujeres que son reclamos publicitarios. La cosificación de la persona no acaba ahí, a nadie se le escapa las perversiones no consentidas de las que son objeto algunas personas (enfermos mentales, niños, etc.,) y animales (estos últimos no tienen la capacidad de consentir).

Nadie repara en el entorno ni el contorno. Parece ser que “todo vale” o “nada vale tanto como la propia felicidad”. Tal vez me esté adelantando. Vamos a centrarnos en la alienación sin que tengamos que recurrir a Eric Frohm.

La alienación es la situación del sujeto, en un sentido amplio, que tiene tanto una pérdida o alteración de los sentidos o de la razón como la pérdida de la identidad. No solamente el marxismo se ocupa de la alienación (la que provoca el sistema capitalista), también la Psicología, entre otras disciplinas, tratan de un fenómeno que existe aunque algunos lo confundan con todo lo contrario; los enajenados es lo que tienen, no son conscientes de su situación y, a veces, en lugar de ponerse en manos de un terapeuta (lo mejor siempre que sea un psicólogo o psiquiatra titulados) se afilian a un partido, secta o sindicato (discutible, llegando en casos concretos a ser pernicioso) o se ponen, tal cual, a hacer yoga, abominable actitud esa, a mi modo de ver, cuando es el alma la que necesita el concurso de un psicólogo y, por contra, uno “tiene la fe y el beneficio de sus obras” que flexionando el tronco, las extremidades, respirando con técnica y oliendo incienso “sus problemas” se van a disipar. Yo, en verdad, afirmo: Si usted tiene dolor vaya a un médico y si el dolor lo tiene en el alma vaya a un psicólogo o a un psiquiatra. O haga, si no le seduce lo anterior, lo que buenamente de usted de sí.

El solipsista es un sujeto para quien el mundo toma carta de naturaleza desde el “Yo”. En la película “Matrix” los sujetos tenían conciencia del Mundo en sus mentes pero resulta que, al mismo tiempo, estaban esclavizados por las máquinas y las inteligencias artificiales.

Prefiero, sin embargo, remarcar ese solipsismo en el que nuestro “Yo” toman del mundo aquello que satisface nuestras necesidades de una manera claramente narcisista. («Toma de mí todo y todavía más» decía la canción). Con esa tesitura desde nuestro “Yo” concebimos el Mundo como un gran cuerno de la abundancia, ensimismados en nosotros mismos, sin reparar que no solamente está en recibir la gloria y los placeres; por contra, cuando damos nos los damos a nosotros mismos. Así nos encontramos que los narcisos y las narcisas tienen conciencia de si mismos, sin embargo, el Mundo -Matrix- que tienen en sus mentes realmente les domina. Alguien diría, pues, que un botijo es más complejo que el ser humano y no le faltaría razón.

Y para cerrar el círculo vicioso de la felicidad-infelicidad tenemos como última -aquí- consecuencia de la búsqueda de la felicidad el Caos. O, mejor dicho, la proliferación de sujetos caóticos.    

No podemos obviar que el Universo es caótico, que la metereología es caótica y que los seres humanos a veces vamos dando tumbos sin ton ni son y, voila, pasamos a orbitar sobre algo que nos estabiliza (o nos estabilizamos orbitando sobre algo). Ejemplos los hay a porrillo, hay quien encuentra la estabilidad formando una familia, hay quien se desestabiliza en su propia familia y, por último, hay quien tiene un comportamiento caótico en su familia. Hay quien encuentra la estabilidad en la Fe o en la Escuela de Frankfurt. Hay quien se desestabiliza leyendo a Kant o escuchando a Los Ramones. Hay quien tiene un comportamiento caótico con respecto a las artes marciales o los poemas de Bécquer.

Conclusión:

En un mundo donde los cambios se producen con una inmediatez pasmosa, donde las tecnologías sustituyen muchas veces a interactuar en vivo y en directo, donde el mercado pletórico sustantiviza objetos y cosifica a los sujetos, a las personas, podemos acabar como los personajes de esa película titulada “Her” o los in-felices aritméticos hedonistas de “La Fuga de Logan”, quienes en su “eterna juventud” (efímera, en realidad) contemplaban complacientes la anulación del sujeto en un espectáculo grandioso (un circo).

Las recetas de lo que nos hace infelices, aunque no queramos admitirlo, son las que el pos-moderno y bobo “new age” nos trajo: el Mundo Feliz que Huxley anticipó. Y es que en la variedad no siempre está el gusto contrariamente a lo que se ha popularizado.