Este rio sinuoso que fluye descendido
entre rocas en medio del camino,
nos arroja a la mar de la incerteza,
nos absorbe con tantos remolinos.
A mis verdugos no perdonaré,
nunca yo olvidaré el zaherimiento
sin eludir justicia muy legítima
que ansío, que por justa yo confío.
Perdonarlos un día no deseo,
ni escuchar el balido del cordero
que se desangra de púrpura degollado.
No les daré el perdón, les exijo el reparo,
pediré lo escondido, lo encubierto.
Solo el bello jardín con su sombría
me ha acogido y su fronda me sosiega.