Estatua de Livia. Museo del Louvre. Wikimedia Commons
Ojo de agua permea
y se desliza en la pendiente,
escurriéndose bajo mis pupilas
mirando tu amarga ausencia
(lejanía que busca
la mención de tu figura).
Mi memoria acibarada
destila ese dulce agror
y acerbo extrañamiento,
esa desidia que es larga distancia
de los días que habitas mi memoria.
Un ser y un estar,
sin tu presencia,
que da calma
y remansa la tormenta
que golpea con firmeza
las ventanas difíciles.
Tu altar en mi pecho celebra
la eucaristía de tu abrazo,
de tus sonrisas,
del tacto de tu ser
inflamando los rescoldos
con aliento avivado de tu verbo.
Y en mis manos
celebro el sacrificio
en tu honor, evocándote.
Bendigo tu talle elegante
que es legado
(circunvalan imperios el mundo).
Bendigo los momentos, los instantes
intrincados que al fin desvelaron
lo que antes no se había descubierto,
cruzando el Rubicón
que escribe cada letra de tu nombre.