Anda inquieta, se para, se acicala
girando el cuello y emprende el vuelo.
Está vacía la cornisa, encima
hay aire. Vuelve lustrosa, picotea,
camina y emprende el viaje
al cielo planeando, aleteando,
confundida con el éter ceniciento
de esta otoñada que anuncia el invierno.
Me recojo, me impongo la tarea
mientras mis dedos golpean la tecla.
Vuelvo la vista y vuelve el buche hinchado
a vigilar la atalaya. A su lado
engalana a su par y al acabar
se arrima, se cimbra y el Sol
se asoma mientras ellas picotean
aquello que mi vista no vislumbra.
Acaba la una en pie, sentada la otra,
a su aya aquella adereza
con picotazo certero en el cuello
mientras se torna más plomizo el cielo.
© Joan Francesc Vivancos Gallego