13 agosto 2016
Homicidas
Aprieta la mano de Dios el cuello infeliz
del ahogado y se mofan los niños
apilados, jubilosos, ante el Hacedor.
Sus ojos se hienden ante el crimen
dibujando garabatos en las muecas
de sus labios. Sacrifican en sus risas
su infame y vanidosa rectitud.
Corren jocosos. Desvelan los párvulos
el evangelio de los hechos consumados,
delinean con sus brazos mil cabriolas,
patalean su oportuno alborozo
y sus padres los absuelven
de tan temprana indignidad.
Dios ascendió de los infiernos,
su ira obturó cualquier indicio de esperanza.
Su infinita gloria esputó el sagrado calvario
y el cordero degollado baló en éxtasis,
regurgitando sus entrañas en la ágora de la buena nueva.
Dios aprieta, ahoga y sacrifica a su embustera creación,
congregada y homicida, cómplice de su divina
iniquidad por los siglos de los siglos.
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