Imagen de Vedran Hasanagic en Pixabay
Disputan su belleza
Piérides y Musas
y acuerdan que sus voces
diriman las disputas.
Las Musas y Piérides
entonaban sus cantos
al pie del Helicón
bellamente entonados.
El monte satisfecho
comienza a enloquecer
y a los cielos se eleva
mutándose en Vergel.
Acrece la espesura
del inculto boscaje
en bruma de colores
de tupido alifafe.
Temiendo Poseidón
que se inunden los cielos
manda bajar al équido
alado con sus remos.
Pegaso, así se llama,
alea con premura
a atajar el desorden
que tanto da la murga.
Golpea a la montaña
con sólidos herrajes
y el monte dócilmente
se atiene a las señales.
Al Olimpo retorna
del reino de la Musas
volando a cuatro patas
planea las alturas.
El satisfecho alado
mueve bellas sus crines
dorando con su vuelo
etéreos carriles.
De vuelta a sus establos
cubiertos por las nubes
nota que le acompaña
un genio de las lumbres.
Pequeña salamandra,
espíritu del fuego,
escondida cabalga
entre el rayo y el trueno.
El équido se para
llegando a la laguna
de las aguas dulcísimas
de encantada hermosura.
Allí la salamandra
ofrece sus excusas
al alado caballo
que vuelve a las alturas.
En vuelo retomado
un ruido, un estruendo,
se escucha muy cercano
deteniendo su ascenso.
Herido por la flecha
rociado en el púrpura
sublime de la sangre
se alejan de la cúpula.
El tiro está asustado
agarrado de la crin
del équido abatido
de doblada cerviz.
Cayó la salamandra
en floresta de lises
a lomos del alárabe
asiéndose a las clines.