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Nunca jamás habrán perdones nuestros
o excusas que nos paren.
Tiene un precio el desprecio
y siempre Dios castiga la falta de respeto,
y la vileza que el medroso nos dedica
con la burla que se obsequia.
La consecuencia de un acto
es un pasmo que nadie lo espera.
La vindicta se sirve siempre algente
y cuando menos lo esperamos cae
como un jarrón de agua fría.
Nunca excusa habrá por mucho
que bale en sacrificio su púrpura el cordero
(se soslaya, sin margen de perdón,
que fuimos advertidos).