¿Quién diría que pronto acaba octubre
con su agreste color —de luz de lámpara—
y las lluvias copiosas
que matan la sed de los huertos,
de los campos incultos
con su árida tierra
y el polvo fastidioso que cubre los caminos?
¿Quién diría que no se echa
de menos a las olas bondadosas de la playa
y a la rosa atardecida
sentado en la arena a la orilla del mar? ¿Quién diría que pronto
no llegará noviembre
con frío y aire
que reclaman la manta y el abrigo?
¿Quién diría que no te echo de menos,
ni de más, y que ahora tu recuerdo
ha caído con el resto de hojarasca
en el parque donde cada primavera
florecía un tallo endeble y diminuto
que, al atardecer, se escondía
y esperaba la nube de la noche
para robar la compañía
de la umbría que nunca le esperaba?