Ayer el tiempo
se
ha parado
en la opacidad
de
cada curva
que
equilibra
tu
cuerpo,
dibujando
el firmamento
en
tu vanguardia
un
quebrado reflejo
de
mi
sin
ti.
Has
embebido,
urgiendo los labios,
un
veneno
escondido
en
tus manos,
igual
que un frío invierno,
los
trazos torcidos
de
las entrañas
que
se escabullen
como
un pez
hacia
el fondo
que
oculta el deseo.
Y he vuelto a sentir
la
abulia
que
se clava
en
nuestros ojos;
entre
el ser
y
la nada
hay
un espacio
vacío
en el que se encuentran
las
frías miradas
que
cortan el tiempo
en
dos o en tres miajas.
He
vuelto a recordar
los
descalzos pies
que
suben a la montaña
con
la fe puesta en el movimiento
que
separa en dos esta ventana
y,
tal vez,
en
los besos de tu almohada
germinan las palabras
que
se esconden hoy
en
las gargantas.