Surgen copiosas las sombras,
esquivas, eterno séquito,
rasgando su noche expectantes
quieren esconderse del día
en su azabachado velo.
Sombras inquietas,
tan solemnes, sin vida propia,
tan solemnes, sin vida propia,
solitarias, nómadas,
aceradas, testarudas,
aceradas, testarudas,
moviendo su contorno
en las paredes y en el camino
besando fielmente las huellas
del huésped delineando
su mudez en su oscura tez.
Sombras silentes y afónicas,
calladas, disimuladas,
asiendo los cuerpos
siendo almas errantes
esposadas a la vida
igual que la misma muerte.
Sombras que se escapan,
que bailan idas,
que se dividen y redoblan
en su sombría silueta.
¿Somos sombras
reflectadas a la tierra
en nuestra solemne opacidad?
¿Somos la sombra infinita en el Universo
que proyecta la tiritante mano
del umbrío, sordo,
esclerótico y moribundo Dios?