Abaten
sus alas
mil copas
en
melodía
que
compone la brisa.
Los
motores lejos gritan
distorsiones.
Van
girando
las
hojas
susurrando
nuestros
nombres
al
tiempo
que
arrullan las palomas
el
nuevo día
desayunándose
a la noche.
Pipían
hambrientos
los
pichones inquietos
y
los trinos gorjeos
de
los gorriones
amanecen
de
sus cuevas
repartiendo
sus mil perdones.
Susurra
la fronda
como
saquitos
sonoros de arena
lisonjeando
la tenue claridad
repartiendo
soplos
de
frías mordazas
a
mi vacía taza
que
asgo con dificultad.
El
chasquido del mechero
rompe
silentes
polifonías,
el
humo llena
la
vacuidad.
Es
en esta ausencia
donde
inhalo
la
realidad
de
tus afectos
y
de tu triste
animosidad.
Van meciendo
las
ramas
estos
segundos
que
pasan.
Me
parece
una
eternidad.
Mientras
escucho
en
la arboleda
mil
y un cuchicheos
tersos,
el
día
que
viene
se
traga
esta
oscuridad
que
han roto
los
pentagramas
de
las gráciles ramas
que
despiertan
tristezas
en sombras
desapareciendo
al compás que marcan
los
afónicos árboles
con firme fragilidad.
Ya
ni el café
hace
mella,
ni
el tabaco,
ni
esta agria
obscenidad:
del simiente deseo
ha brotado
el tallo del silencio.
Y
así las cetrinas hojas
nanas cantan
al crepúsculo
amargo
de
tu triste
oblicuidad.