Yo no tengo objetivos
igual que la flor
que luce bella todo el día,
ni tengo padrinos
(murieron),
y amigos pocos
y buenos.
El malo soy yo
—o eso me decían—.
Nunca me importó el que dirán
(aunque digan lo que quieran),
me importó siempre el hacer
de las manos con que trabaja el barro el alfarero.
Del querer mejor no hablar,
que hablen otros del destierro.
De mi sepulturero
adelanto que no lo habrá.
Cuando muera
que donen de mis restos lo que quieran
y el resto que se queme en una hoguera
y si de mi quedaran las cenizas
que las esparzan por los cielos
de Cullera, de Madrid y Mazarrón.