El sueño canda mis pesados párpados
con la fuerza enojosa de gravedad tan leve.
El sopor en que duermo yo despierto
me traslada lejísimo de mi.
La bruma me consume del silencio,
con el tercer aliento resucito
acaronado por los brazos de la niebla
que se escampa traidora y sigilosa.
Se apagan mis luceros, se finan ambos soles,
queriendo estar despierto
no me suelta la dulce compañera
y al oasis de los sueños me traslada.
Yazgo allí entre palmeras acostado
escuchando el runrún del manantial
que solitario brolla de las rocas
y llena de vida su balsa impaciente.
A la sombra melosa de los dátiles
entre almíbar de mangüeñas
y el humilde por hermoso limonar
me delata el suspiro con que sueño.
Por la arena del desierto que me amanta
entre dunas que se mueven y transmutan
me abanica la ubérrima palmera
y duermo como solo duerme un santo.
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