Con una flecha menos en la aljaba de Cupido
el eros emergió sin cortedad
de la espuma de Venus desbordando los mares
con olas de caricias y de besos.
Debajo de la manta, encima del mantel,
en estiradas sábanas, en rugosos sofás,
las almas de los cuerpos se salían
y bailaban lo obsceno apretando los labios.
El peso del silencio insoportable
en eco convertían los placeres
y las aves enceladas
un nido construían con sudores.
Con fiebre amanecida
que empapaba a las frentes y los torsos
se escurría la gripe del amor,
del sexo por el Cielo bendecido.
Yacentes los amantes se sumían en el sueño
y juntos cabalgaban los équidos al trote
del aliento que se duerme
en una rosaleda sin espinas.
En la perpetuidad que desfallece
se posaban las miradas satisfechas
rebosantes de dulcísimos licores.
Al despuntar el nuevo día se despiden resacosos.
Con estrépito del ágape las sobras se resbalan
en alcantarillados canalones.
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