Foto: Europa Press
Un diluvio manó y castigo se hizo,
impetuoso cayó el turbión del cielo.
Bajaron mares e inundó la tierra,
se creció el oleaje llevándose
almas ahogadas desgajadas de sus cuerpos.
Candaron labios y la cruel llorada
en coro resonó con eco helado.
Pronto nace el fangal, y sin la luz
en los luceros, ciegos ellos vieron
el día ahogarse y perdidos erraron
en la niebla de la muerte segadora,
hiriente, sin escrúpulos, llevando
ante Dios su destino y ser juzgados.
Nadie lo previno y los de siempre
nos cargan su mediocre desatino,
a los muertos y a los vivos.
Vino del desastre lo mejor y lo peor
y muchos dieron pasos largos
entre tantos despojos por fangares,
dejando atrás el hogar, lo querido.
Atrás quedó lo perdido en un tris
sin sentido encontrar de lo real,
de la dura tormenta de la vida
que hizo en minutos dolor y luto.
Lágrimas lloran muchos y maldicen
este sino, destino que es tan cruel.
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