Andenes donde las almas esperan,
donde trasegamos los mortales
y ponemos en hora los relojes.
Andenes que calculan nuestra huella.
Logrado algoritmo que cruza los trenes
llegando el ansiado destino.
Andenes de iguales máscaras
o nuevos bustos viajantes.
Andenes cruzando miradas
o un verbo amable.
Busca cada cual poder sentarse.
Andenes donde se aviene y sonríe
la etrusca efigie,
donde corren infantes
y se esconde el pensamiento.
Andenes con mecánica escalera
igual que un motor perpetuo,
donde se junta el codo con el codo
y jugamos a las sillas,
o estatuas somos
fisgando asidas el hueco.
Tramperos aguaitando un triste asiento.
Andenes con pericia en lentitudes,
dilatando demoras y calmando premuras
en mochilas y ruedas de maletas.
Andenes que se erigen
en lugar de paso,
o puesto fronterizo,
donde el garrulo busca hacer su agosto
y las mocedades se pavonean
con el exceso de la eterna salvedad.
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