Duque adornado de camaleón,
—¿Quién amará a la Señorita Yvaine?
El día candó la puerta,
no amaneció.
La urraca hizo un nido áspero
con su traje blanco y negro.
La inocencia alegró la vista
y el alma
monótona y naíf
despertó confiada en los sentidos
igual que un arcoíris coronando a la lluvia.
La Señorita Yvaine
entonó una canción en sus labios
de tristeza y decepción,
de pulsión que pintó la violeta
en el tálamo cubierto de rosas.
Pintó la podredumbre de su miedo
en amor disfrazado con engaño.
Confundió con mariposas
apolillada emesis disfrazada
de ósculos en longeva madrugada
escondiéndose la sombra de la noche.
Eligió la compañía del dolor
disfrazado de amor sin condiciones
condimentando fantasías
de convencionalidad en una relación extraña.
Sabría que los ganchos del apego
sabrían a caricias de polillas en el vientre
hincando sus rodillas en el suelo.

Podría decir que guardó una pequeña similitud con la Señorita Yvaine, bordando hilos de oros inexistentes que asciendan hasta algún cielo para mitigar el dolor de la atormentada angustia que a veces, crea la soledad.
ResponderEliminarBesos.
Esa sería la parte más amable de la coincidencia, y deseo que la única. ¿Quién no ha sido alguna vez polvo de Constelaciones? ¿O se ha sentido cómo tal? La soledad hay que saberla lidiar, aquel que sabe vivir en soledad sabe apreciar la convivencia con otras personas.
ResponderEliminarBesos.