Vuelve la aguja a residir
la morada que asigna el galeno.
Vuelve a pellizcar cada oquedad
venciendo el obstáculo
con sietes en la sábana de mil bohordos,
del destino punzantes aguijones
y enojo en óleo consagrado.
Fluyen ríos que vencen
las orillas de esta menguante luna
que a mi intimidad invade
y en mis dedos dibujan líneas torcidas.
Es un péndulo enloquecido
el síntoma dormido que no descansa
hasta el día de mi adiós.
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