Volvía el gélido aire
y me alentaba mejor.
Debajo se mostraba
triste un solar
de bingo viejo derruido
por las máquinas con su tris, tras.
A enorme foso de tierra,
piedra y losa, posaban
curiosas sus miradas quienes sin luto
inertes subían
a lomos del progreso excavando
en su propio pasado.
¡No se lleven la arboleda!
¡No arranquen las páginas del libro!
Heredad de infame ruido,
de regurgitados nidos,
mientras miraban las palomas
sin entender nada, solo miraban.
Miraban como destruían lo viejo
y construían lo nuevo: otro edificio.
Palas mecánicas, hombres de Sol a Sol
borraban cimientos y muros.
¡No se lleven la arboleda!
¡No arranquen las páginas del libro!
Quedaba un hongo extenso bajo el Cielo
donde esporas de hierro y de cemento
levantan otro techo.
Mientras duró el silencio
contemplé como un sordo sigiloso
lo desgajado,
tocando con mis dedos en el aire los sonidos
de la arbolada prieta que estaban descepando.
¡Oh Dios mío!
¡Sigo oyendo el arrullo de sus hojas!
¡Miro aún el sepulcro de los muertos!
Es un lago seco con entrañas devoradas
para plantar a hoya cepellones sin almáciga
de nuevas raíces.
¡No se lleven la arboleda!
¡No arranquen las páginas del libro!
¡Sigo oyendo el arrullo de sus hojas!
¡Miro aún el sepulcro de los muertos!
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