Un eterno salón con cuadros viejos
y apilado tan enorme mobiliario:
copas, vasos, botellas de alcohol,
paquetes de tabaco, alcanfor aromático,
libros, los tomos de la Enciclopedia,
el listín telefónico de otrora,
recuerdo de un presente que se fue.
Es el vagón un lugar tan extraño.
Está la antena puesta a diario,
entran y salen vidas transeúntes,
en el vagón
hay ocupados asientos,
garabatos que hicieron los niños.
Algunos bailan,
otros leen.
Un fulano escrutando está el presente,
el futuro y el pasado.
Alguien mira
dibujando despacio un boceto
en la retina.
Los apegados al móvil están
viendo videos de gatos,
sonriendo emoticonos
o a esa piadosa mentira
de la noche del sábado.
Tanto se quieren ellos.
Hay maletas
que aun están viajando,
llegarán al ansiado destino
entrando y saliendo con prisas
o muy, muy despacio.
Ella toma la mano de su novio,
él incrédulo
se repite estar soñando.
Ella muy convencida
con dulce empeño está poniendo
en novel asador la rica chicha;
por contra
él se merece tomar un caldo,
calentitas
sopas de ajo.
Estamos a una pantalla encarados,
a estresados celulares
sin polvos de talco.
Los niños
están jugando, de la clase son
los más listos.
En Pavones el metro
ha parado. Está sonando
<<Lucy in the Sky with diamonds.>>
Es halo, rayo fulgente,
un viajante los pasos dando largos,
los novios ríen viendo el noticiario
(somos almas, polvo somos, eso sí,
muy bien informados).
Llegamos a Valdebernardo.
Una sonrisa se comba en los labios
de pálida muerte vestida,
un Sol en su cabello se dibuja
tocada de luto a la rubia vikinga.
Ella con brioso garbo en el pasillo
marcando firme el paso
contenta y ufana desfilando posa
llenando su figura el corto espacio.
Este comedor tan espacioso
es pasarela donde se junta
lo agrio y lo meloso.
Ahora el maquinista le está pisando.
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