Acabamos cavando nuestras zanjas
en trincheras que se mueven en el barro
(cenagal del breve amor,
un pantano de lacónicos amantes).
Nuestros rostros el hambre disimula
de aquellos que exhalaron ya sus días.
Nuestros cuerpos valientes arrastramos
y, con duros mendrugos, la dulzura
lambe los secos labios agriamente,
encogidos en lodo, rodeados de intrépidos
e inertes sacrificios ungidos en memoria.
La aguerrida Atenea ajó el anhelo
en alambre de espino en cada herida,
en abierta batalla cruel y desolada.
En nuestro templo las pieles no se rozan.
Montículos de légamo sube el centinela
y muere en fango con su rota ropa
por fiero tajo de cable.
Vencido.
Frente a frente, cuerpo a cuerpo,
cargué bayonetas de ósculos
en sucio cieno embarrado
en cada adiós más profundo.
Con el limo del lucero soterré
en un ocre sepulcro a los audaces.

Da la idea de mucho sacrificio para vivir y conseguir los principales objetivos de vida incluyendo el amor
ResponderEliminarAsí es. Hay sacrificios que son justamente recompensados. Otros, en cambio, no.
EliminarMuchas gracias por pasarte por esta lar.
Un cordial saludo La Luz.