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¡Ay, con hermosa hurí soñé soñando!
Entre sus brazos un eterno canto,
sonoro, vibrante como un colibrí.
Soñé que en el Parnaso me perdí.
En el Oráculo de Delfos
buscaba poesía con náyades y musas,
buscaba aprender de las Pitias.
Todavía soñando desperté;
reparé que sin Musas,
sin náyades y sin pitonisas
Parnaso no sería
y, en cambio,
con bellas columnas,
¿era Partenón? Sí.
Concluí que llegué en un mal momento;
noté un perfume, el templo ardía.
Ardía el blanco mármol;
¡Qué vals atroz, qué vil minué!
Ese fuego abrasante
al jónico mármol ahumó,
al blanco Partenón.
Ardía todo en rededor,
la colgante glicinia se quemó,
se quemaron jarales, se quemaron las flores.
Huyendo del incendio corrí, corrí, corrí.
A tierra de creyentes arribé;
igual que el Cid llegó a Madrid,
llegué portando mi estandarte
con mano en alto sin la flor de lis,
en la torre blandiendo fino estoque
portaba yo bellísimo pendón.
¡Qué singular belleza en donde me hospedase!
¡Qué bellos los adornos!
Aquí se alza un carísimo ornamento,
con luces y zafiros ricamente adornado,
de albo y rubro pintado cual faro de Espartel.
No era Parnaso, era Edén.
En el alminar de índigos manises,
áureo tejado, pérsicas alfombras,
y el jade de la China
de verde fulgurante, de verde más limón,
aspiro incienso de mandarina.
¡Ay, con hermosa hurí soñé soñando!
Entre sus brazos un eterno canto,
sonoro, vibrante como un colibrí.
En la Yanna, bellísimo Edén,
—donde goza el mumín—,
me aúpo fiel al séptimo nivel.
Allí moraron Adán y Eva;
por la poma mordida desterrados,
cosa que no, no es baladí.
Para mi no existe el miedo, tengo la flor,
el capullito de alhelí.
No tengo tristezas,
poseo el tesoro del Olonés.
En mi blanca guayabera
pende la cruz de San Andrés.
El humo de mi habano
perfuma Oriflame Amber.
Danza la hurí
-azafrán de Sierra Nevada-
aromada de Armaf.
Allí nunca volví,
a la Sierra de Baza,
a tan bello jardín.
Al jardín de violetas, de amapolas y rosas,
de cimbalarias, velloritas y gladiolos,
yo volví porque antes me fui.
Me fui en pos de un tesoro
que encontré en sus luceros tan hermosos.
En linfa pura cristalina
se lava el cabello la hurí,
en las curvas de sus senos
geometría aprendí.
De atildada escultura
el maná sin saciarme bebía,
nunca quedaba colmado
de rica ambrosía;
comía en sus manos
el rico maní,
y de sus caros los labios
con rico caqui me nutría.
¡Ay, con hermosa hurí soñé soñando!
Entre sus brazos un eterno canto,
sonoro, vibrante como un colibrí.
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