Imagen de Etienne GONTIER en Pixabay
Cada amanecer se renueva con las marchitas flores,
flores que son tajadas, sin pétalo, sin pistilo,
sin carpelo, sin estigma y sin ovario.
Cada amanecer que sale el Sol
se marchita la flor.
Cada nuevo día muere sin tallos
la floresta helada por la escarcha,
ahogada por la bondadosa lluvia,
podada en el jardín con esmero,
sirviendo de abono, o de festín de hormigas.
Cada amanecida
cae la flor fenecida.
Cada muerta flor es bellísima
como la guadaña de la Parca,
como las sandalias de Caronte,
como la punta de la flecha de Cupido,
como el fuego que arde en el alcor.
Cada flor ajada
es mortaja consagrada.
Cada flor que ríe
deviene en lágrima que brolla
de la fontana del cementerio
donde aplacamos la sed pisando flores,
flores lilas, flores rosas, flores blancas,
azules flores, flor de mayo, flor que fina,
flor que anuncia cada día
y se muta en la sombra en sana alegría.
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