Amantado en los brazos de Morfeo
en el sueño dormía yo soñando
y un crujido, un rasguño, escuché y me llamó.
En la tenebrosidad me aterraba
la luz acrecentada en forma de presencia.
Sus brazos la apariencia me extendía
quería trasladarme y se acercaba
resplandeciente con sonrisa bondadosa.
De repente discernía su figura
que vestía con límpido atavío
y en ella denotaba la evidencia
de lo pronto que el presente se desliza.
Un roce con las uñas, un chasquido,
la luz que se dilata en un segundo
del ángel que venía a tomarme en sus brazos.
Un grito de pavor se me escapó
quebrándose el silencio de la noche.
Yo la conciencia tuve de ser un ser finito
rodeado de luz y de tinieblas,
que se lanza al abismo a bocajarro
con un grito de miedo y desconsuelo.
Con la puntualidad de los relojes
los poros avisaban a la piel
que el púrpura brotaba del sonido
del árbol al que arrancan su raíz.
La hoguera que consume los sueños se alimenta
con la pila de troncos de la seca madera
y con sus arrebatos se atenúan
del beso enamorado los alientos.
En una milésima de segundo
la memoria olvidaba con suspiro postrero.
Y en eco sucumbió
la desacostumbrada pesadilla.
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