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Es un mar de los sargazos el destierro,
es un lento caminar el que me obligo,
es durísima cadena con el hierro
cautivado en el penal en que prosigo,
alejado de la luz y resplandores
de los soles en que fulgen tus humores.
Es saber que los luceros de mi ser,
con ceguera de las sombras de mi celda,
se negaron, por jamás, a retener
tus aromas de jazmín. Y de consuelda
los colores que destella tu mirada,
y la mía se prendía enamorada.
Lo confieso, te lo expongo con mi verso.
Te concedo, de vergüenzas desvestido,
lo cobarde de marchar de tu universo
almibarado (me endulzaba distinguido
los aciagos sinsabores y acedías
de la vida con sus noches y sus días).
Sincerado en mi destierro lo comprendo:
lo fatal que es escapar sin que se cierre
la verdad de lo que es falso, por horrendo,
y el engaño embellecido en que se encierre
la verdad (que es la verdad y que nos duele
si se sabe), sin saldar lo que se suele.
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