Certera es la mirada que dedica
y se clava en la diana con perspicua sonrisa,
sonrisa de la niña que es perversa
y convive convexa
en ambas lunas: la suya y la mía.
Contempla silenciosa detrás de la baranda
el trasiego que se mueve, que se para,
más allá de su diáfano balcón,
balcón al que se asoma metódica a diario
y observa la muchacha si en mi patio
ha crecido el corimbo en la bardana.
Mordaz y caprichosa su flor al mediodía
se estira y pavonea del deseo en la floresta en que se ahinoja
de hipérico, lavanda, melisa y manzanilla,
y se ríe
allá por donde mire
y en mucho se conforta.
La niña que es perversa y caprichosa
se ahíta con deleite y deleitosa
con las púas cenceñas de la lánguida rosa
que recoge en sus cabellos en punzantes incaíbles empeñosa.
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