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Encendido sujetándolo mis dedos
el cilindro saboreo empedernido
exhalando por la boca la humareda,
se detiene en un instante el memorando
que debía recordar y me entretiene
el sonido de las olas en la umbría.
En el mirador de la madrugada
me embeleso en el rítmico rumor
del oleaje que en la orilla muere,
de la espuma con la que acaba el viaje
del ponto que en la arena se deszuma.
En mi atalaya la alborada observo
naciente y que a la obscuridad desmaya,
los colores despiertan en mi vista
la mareta que dona sus humores.
A lo alto del cerro se divisa
el pinar despojado del espalto
bajo el cielo pintado en zarco mar.
La brisa toma fuerza y se levanta
el aliento que pronto se improvisa.
Se evaporan los sueños con el viento.
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