Al amanecer mi alma
se pintá con el céfiro
que con su suave cadencia
acaricia la intimidad del pensamiento,
los hondos anhelos
y lo real del despropósito
que muestran las abiertas ventanas.
Al amanecer resonó la melodía
calmando a la desdicha su color,
color que encontré entre dunas
de arena muy fina
en un desierto yermo
sin oasis,
sin la sombra del dátil que se guinda,
en un racimo su mástil aguanta.
Trajo la alborada brisa
a la desnuda espalda,
cargada de los pesos que me impongo
y las cadenas que me atan
a un tesoro que no encuentro.
El rocío resbala por mi frente
aliviando el apetito que me aflige
solitario condenado en un tártaro
donde expio mis pecados.
Me libero de ti, desterrado.
Me libero de tu insolencia
de niña caprichosa
que con rotos juguetes
travesea complacida.

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