Leones no hay en la Casa del Jacinto,
no bromean sus pomos con niños alocados
drogados en azúcar.
Solo
la arena,
rigor de cervezas.
Conversaciones espumadas
en carbónico gas
se desvientan
en un plis plas.
Buenos gestos,
amables sonrisas,
pegajosa humedad
a pie de playa,
con Ral al lado
con rúbrica de poetisa dedicado.
Sentado fumando el salitre arrullado
por las olas,
aguantando urbanitas
como yo.
Ellos asilvestrados
por tanto exceso de agua,
de mar,
de sol,
de luz,
de vacaciones
lejos de sus cuatro paredes
representan la escena familiar;
la pubescente lola
pone cara de aburrida;
parece comer limones,
tan rica es su abulía.
O comen la paella con gula a lo paleto,
sin orden, no son discretos,
solo falta que engullan
oronda paellera;
pareciera no coman nunca
arroz con leche en su vida.
Son neocons, fachas de chata chía.
A veces viene bien alejarse del barullo
enarbolando una fría
sin filtros,
bruta,
nada escrupulosa
rubia de botellín.
Prefiero la puericia empalagosa
azucarada con cola cao,
de coca cola,
con chuches de colores,
con margarina colorida
y cereales más almibarados
que manzanas bermellón de las Ferias;
así tanto gritan,
son tarzanes
sin palacazú,
sin pirulí,
sin rico parisien,
sin pipas
ni manises.
Gritos pegan
los fantasmas
que aparecen
de improviso,
reyes del mambo,
parece que vendan Pisos
o Castillos en el Aire,
siempre van
de dos en dos,
parecen cuñados
sacados de un libro de terror.
Escojo conversar
con camareras,
son mejor que un libro,
más vida enseñan,
dan pie con bola,
son más sinceras;
el sí es sí
el no es no.
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