Rozaban el aire
acariciándolo
las palabras, las miradas
y los pensamientos.
Eran un trueno
despertando un tardío interés
los mil reflejos
de tu mirada dura
(flecha atravesando en un vistazo
el vacío espacio);
de ella veía a mi alma
que se atrincheraba
y evitaba caer en el círculo
que no se cierra.
Si tu eco
convertía en arena el granito,
un duro acero
envolvía mis pensamientos.
Cada noche
soñé despierto contigo,
escribía un episodio
en un libro en blanco
que nunca será leído.
Con tu mirada dura
quitabas el sentido.
Era yo un témpano
que a la deriva
se iba a estrellar.
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