Confieso que el verano me disgusta,
me inclino a la otoñada declinante
que acorta la jornada con su tajo
y viste el camino de hojarasca.
Aconsejo los llantos de la lluvia,
que me empapan con el agua de la nube,
absolviendo en su bautismo mis pecados,
y el atardecer me sumerge en su fe.
Me motivo con los grises de los cielos,
lejos de gentílicas mareas de las playas
que se pintan con colores de sombrillas
y las toallas se arrugan en la arena.
Solo considero del estío los albores:
el aire que respiro amabilísimo,
la noche que se amanta con la brisa.
Las jornadas del otoño las añoro,
embriagado en los olores de la tierra,
y alejado del calor que me consume.

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