En una caja vacía atesoro
los restos que expele mi alma enferma,
evitando nombrar la dolencia:
no pronunciar jamás así tu nombre.
Los niños me miran. Captan
un dolor, propio y ajeno,
reflejado en mis ojos.
Suplicaré a mi doctor que recete
poemas de amor sin estrofas, sin versos,
buscando el olvido de la amada.
Por más que lo intento y lo imploro,
no puedo prescindir
de la caja vacía.
Muñecas sin ojos yacen
ocupando mi dormitorio.
Doblaré mi pañuelo y, paciente,
limpiaré las comisuras de mis párpados.










