Alauda

13 agosto 2016

Homicidas







Dios con sus manos el cuello infeliz apretuja

del ahogado. Se mofan los niños

ante el Creador tan jubilosos y apilados.

Con sus ojos se hienden entre el crimen,

dibujan garabatos con las muecas

de sus labios. Sacrifican en sus risas

su infame y vanidosa rectitud.


Corren jocosos. Desvelan los párvulos

el evangelio de los hechos consumados,

delinean sus brazos mil cabriolas,

su oportuno alborozo patalean 

y sus padres los absuelven

de temprana indignidad.


Dios ascendió del infierno,

Iracundo obturó la esperanza,

su infinita 

gloria el sagrado calvario esputó 

y el degollado cordero baló 

en éxtasis,

regurgitando sus entrañas 

de la buena nueva en la ágora.


Dios aprieta, 

ahoga y sacrifica a su embustera creación,

congregada y homicida, 

cómplice de divina iniquidad 

por los siglos de los siglos.



10 agosto 2016

Su sutil mimo










Suavemente se desliza

cubriendo la orilla la ola,

el sol mi faz arrebola

y mis ojos hipnotiza.

Siento la piel que se eriza

por la brisa que me envuelve

sintiendo que al fin me absuelve

de la noche y de su sombra.

Su 
mimo sutil me asombra

y al calmo mar me devuelve.






05 agosto 2016

El divino destino






Dios se hizo pústula

y esculpió el aliento con sus manos.



Dios bajó del Cielo

y pintó de nubes la perpetua edad.



Dios legó en la orilla

la mortalidad que baña nuestros pasos

y donó la vejez a lo efímero.



Dios se mofó de nosotros

y pasó de largo dejando la tormenta.



Dios se fue

y murió en nuestro intelecto,

su herencia es una torre de Babel

donde nadie entiende a nadie.



Dios ascendió a su nube gris

y rezumó la lluvia ácida

que abrasa eterna

las finitas almas.



Deshojó el amor
 
en mil embustes.




Una vanidad que se esfuma







Se deslizan 
calmas las velas  
en la mar serena y lanzan 
las redes a sus olas.

La aura levita y ecos de caracola 
se mezclan con las luces primeras del día 
que irrumpe, entre espuma y arena.
 
Como un manto de granito
a la lenta existencia me agarro.

En la cripta candado venció la inocencia
que como la ola se ahoga en la orilla.

Conjeturo dejar de respirar 
como el hundido navío y marcharme 
encontrando en la sima mi puerto.

Se esfuma el tiempo al igual que un susurro
y mis dedos amarran del aire
una humarada que se desvanece.

Prendo en silencio un último cigarro, 
lejos de aquella mesana me guía el destino.






20 julio 2016

Fantasmas de Madrid



“No hay fantasma ni espectro que no desaparezca al conjuro de una buena tranca” Padre Feijoo


“-No se espante ni piense que soy un fantasma. Si me considera un aparecido, puede estar seguro que no es más que una jugarreta de su fantasía. Después de todo, ¿qué es un fantasma? Vamos, déme una definición. Demuéstreme, por deducción o inducción, la posibilidad de un espectro. ¿En qué relación se encuentran una aparición semejante y el espíritu? Digo espíritu y nada más que espíritu.
Y a continuación el fantasma se enfrascó en un análisis del espíritu, citó la Crítica de la razón pura, de Kant, segunda parte, tomo segundo, capítulo tercero, amontonó los silogismos y acabó con la conclusión lógica de que él no era un aparecido.
Durante este tiempo, un sudor frío bañaba mi espalda, mis dientes castañeaban como dos castañuelas, mientras aprobaba vivamente, temblando como una hoja, todos los dichos de aquel fantasma que negaba la existencia de los fantasmas.
Finalmente, con un gesto habitual, introdujo la mano en su bolsillo para sacar el reloj.
En su lugar sacó un puñado de bullentes gusanos. Al darse cuenta de su error, los volvió a introducir en su bolsillo con ansiosa prisa, mientras se volvía a repertir:
“El espíritu es el principio...”
Un reloj dio la una de la madrugada y el fantasma desapareció.”


Heirinch Heine, “El doctor Saul Asher”.


Estas líneas no pretenden hacer una genealogía de los fantasmas ni de los espectros, tampoco es una crítica o transducción del ebook de Villarrubia, sino una humilde reseña como lector de “Fantasmas de Madrid” de Arturo Villarrubia.

Habría que poner como antecedente que el autor es un fotógrafo, un observador cualificado que gusta de captar los momentos, las imágenes e, incluso, los estados de ánimo. Pero que nadie se lleve a engaño: nunca Arturo ha tomado fotos de fantasmas y de espectros. Y no por una cuestión escéptica ante el fenómeno, sino porque no se puede captar, a mi juicio, la imagen de lo que no existe.

Arturo es un buen retratista y un buen número de premios avalan sus operaciones con la cámara, su conocimiento de la técnica, un sentido innato por el buen gusto y una actitud disciplinada hacia la técnica fotográfica.

Y como madrileño que ejerce como tal ha escrito sobre un tema universal, pero centrado en Madrid, que tiene su origen en la mitología cuando el fantasma de Enkidú se aparece a Gilgamesh. 

Ya tendríamos, pues, una primera definición del vocablo fantasma como aparición. Pues es sobre las apariciones de lo que habla el ebook de Villarrubia y, en concreto, sobre los fantasmas de la Capital de España.

Villarrubia selecciona unas cuantas historias del folklore madrileño y que llegan hasta casi a finales del Siglo XX. No es una muestra exhaustiva pero si reconocible, objetiva y representativa de unos acontecimientos que con el paso del tiempo van perdiendo fuelle, actualidad. Y resulta extraño el desconocimiento de los fantasmas patrios en una sociedad donde el espiritualismo tiene un sólido encaje entre el común; ¿acaso alguien duda o desconoce de/el sentido que tiene llevar flores a los difuntos?

La creencia o la fe en la otra vida es la base - o el esqueleto - de la creencia en los fantasmas y en los espectros. Ya los romanos (de quienes somos descendientes) discernían entre espíritus buenos (los de los antepasados, manes) y espíritus malos (almas de los hombres malvados, larvae), y así hasta hoy la literatura nos lega infinidad de relatos, historias y narraciones al respecto.

Arturo nos presenta doce historias de fantasmas que así nos prologa:


“...encontrareis amores prohibidos, venganzas sobrenaturales y espectros de ultratumba. Hablaremos del origen de la frase “De Madrid al cielo”, de la triste suerte de la viuda del Capitán Zapata y la no menos triste suerte que la imaginación popular atribuyo a los Marqueses de Linares, de fantasmas que vuelven de la tumba para una última noche de amor y de perros fieles que siguen protegiendo a su amo más allá de la tumba.”


Pero que nadie se lleve a engaño, Villarrubia nos habla de dichas historias desde un escepticismo a lo Richard Wiseman y con cierta chulería irónica. Y como muestra de ello nos dice Villarrubia en una de esas historias: 


“¿Dama misteriosa de esbelto talle, que se mueve sola por sitios no recomendables y horas intempestivas? Magnifico ¿Extraño silencio y mirada fantasmal? Nadie es perfecto y eso son asuntos personales ¿Compañía extraña y poco recomendable, posiblemente un diablo? No hay que juzgar a nadie a la ligera y tendría que ver vuesa merced algunas de las damas y caballeros que son aclamados en esta nuestra Villa y Corte…

¿Es fea? Pies para que os quiero si no es para correr.

Habrá sin duda quien considere semejante descripción de la psicología masculina todo menos fantástico y no le faltará razón.”


Lo que resulta, a mi parecer, fundamental es la puesta en un contexto de dichas historias, ya en su momento en la historia, ya en el espacio urbano, y aquí es obligado recordar un titulo del mismo autor: Postales desde Oporto, donde las isologías con Fantasmas de Madrid son más que evidentes tanto en la estructura como en el desarrollo narrativo.

No querría dejar pasar una mención obligada, al hilo de lo anteriormente expresado, a un llamado experimento de disonancia efectuado en la Escuela Politécnica Federal de Lausana que nos explica estos fenómenos. No en vano Richard Wiseman que ha experimentado, a su vez, estas realidades concluye que los lugares sobrenaturales existen aunque no los fantasmas de los que se cuenta que allí habitan.

Cierto es que hay quien avala la existencia de dichas aparentes materialidades...






18 abril 2016

La sombra de Dios








Surgen copiosas 

las sombras, esquivas, 

eterno séquito

rasgando su noche.


Expectantes quieren 

del día amagarse 

en su velo azabachado.


Sombras inquietas

tan solemnes 

sin vida propia, 

nómadas solitarias, 

amargadas, tenaces,

moviendo su contorno

en paredes y caminos,

besando fieles 

las huellas del huésped 

delineando su mudez 

en su tez tan oscura.


Sombras silentes y afónicas,

disimuladas, calladas, 

asidas a los cuerpos

son errantes almas 

esposadas a la vida.


Sombras que se escapan,

bailan idas,

se dividen y redoblan

en su sombría silueta.


¿Somos nubes

reflectadas a la tierra

opacas y solemnes?


¿Penumbra somos, 

umbría infinita 

que proyecta 

la mano tiritada 

del esclerótico 

Dios moribundo?



07 abril 2016

Las partículas de Dios






Ella leer debiera a Leibniz
abriendo las ventanas de sus mónadas
al Amor que es un dios aniquilado.

En cada trasquilón de su corto hemisferio
hay un famélico yogui levitando
en el lóbrego tinte de la noche.

Ella arranca mechón tan disconforme,
espera así averiar ese vínculo estéril 
haciendo composible lo humano y lo divino.

Atajó con siniestra mano
de su lacio cabello pelluzgones;
aromas cicatriza en amoniaco.

Su mejor de los mundos es gustar
con el disgusto del desprecio 
engatusada en agrio vilipendio
(creó su dios un soplo de marido beodo).

Su mundo mira su divino rostro
que se refleja en un vitral, 
escribiendo torcido el destino de su hija
en polvo de estrellas dispersa.

Insensato universo perfumado
con el humo de incienso.
Hay charlatanes vendiendo loción posafeitado 
al rasurado desamor.







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Me alejé

Imagen de  Pexels  en  Pixabay Me alejé de ti, de nosotros,  consumido por las sombras de la noche, de la pálida luna seductora que meciéndo...

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