Deseo vomitar toda palabra
callada y escondida
y arrojar a un volcán nuestro veneno.
Quisiera expulsar abriendo con amplias sangraderas
la letra abrasadora, el verbo silencioso,
la hora finada que me parte en dos
y la negra tintura que te cita sin nombrarte.
Callado y calmo ponto yo lo fui
ahogando el momento, el instante
en que quise dar el verso
que en el ahora me consume.
No es certero que escondamos dos certezas:
tu tiempo y mi silencio,
ni que para que sane todo mal
sea certitud amagar las dualidades.
Dos mitades no se juntan
ni por Dios ni por el hombre;
lo que se separó, lo desgajado,
nadie lo une, es un delirio.
Antes quiero expulsar el vuelo ilógico
sin las alas y vencer el río mudo
que a tu piélago no me conduce.
Ansío que otro faro me ilumine,
que se deshagan los zarzales,
que se tachen del tiempo los disgustos
y se borren del silencio tus deseos.
No quiero ser un Ícaro cayendo
en mis despojos aunque sea
tan dulce la ponzoña
que, en silencio, a destiempo,
sorda y muda te sigue idolatrando.