La brisa marinera se marchó,
se fue la lluvia fina y dadivosa.
Antaño yo te amaba lindísimo querube.
El vibrante estelífero se fue con la luz,
la luz de la verdad,
que el alma me curó.
Aluzaba el camino noche y día.
Mis luceros sin tu luz lagrimarán,
verán sin alegría y con tristeza
el atractivo talle delicado
que mostraba a mi vista tu alba piel.
Eras la arista pulida de mi espíritu.
¿Qué saciará la sed de no tenerte?
¿Te olvidó tan pronto mi memoria?
Estar tan lejos de ti me apesadumbra
el roto y solitario corazón.
© Joan Francesc Vivancos Gallego






