Enfermeras

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Son los ángeles con chaquetas rojas,
azules, verdes y albas y largo pantalón
moviéndose entre sombras derrengadas 
que languidecen lentas en el puente.

Ellas son los arcángeles de Hurmuz
preparando a las almas en su tránsito
en la barca que cruza el largo río.
Las doncellas sagradas son Daena. 

Antes de la mirada de los canes
que vigilan el puente de Cinvat
esas almas que cuidan a otras almas
aplican con denuedo el magisterio.

Son también las discípulas de Ceres
ordenando esmeradas cepellones,
doblando días que despacio pasan
sementan caballones sus semillas.

Grande o pequeña la esperanza brota
de que los cuerpos y almas sigan juntos
continuando su viaje en el andar
a pesar del cristal de la cellisca. 

 

 

 

 

 

Antes que yo

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Antes que yo naciera
alguien versó
que se debe ordenar la habitación
como amueblar se quiera la cabeza.

Alguien pintó
antes que yo naciera
ninfas, náyades bellas
y la espiral del lento caracol.

Una joven parió
antes que yo naciera
y antes que sus luceros esplendieran
la criaturita al Cielo se elevó.

Antes que yo naciera
el viento tanto desraizó y arrancó,
y el eco tanta voz reverberó
llevándose las nubes lo mucho que lloviera.

Tanto calló el poeta
tanto o más que versó,
más lo vivió y soñó
antes que yo naciera. 

 

 

Como inasible perdiz

 

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Yo no te echo por alto ni de menos
o sin pensar medito sobre ti. 

Yo no sé si te pienso o ignoro bajo
la generosa sombra del olmedo
ni en el tranquilo y atónito remanso
de amansado cariz.

Yo no sé si pensarte aún de más
y confieso que poco te recuerdo
como se hace inasible la perdiz
en un hueco agujero
y lleva puesto encima su disfraz;
así me olvido yo de ti. 

 

 

 

La llamada de la médica

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Espero la llamada de la médica
y se marcha el rugido de la máquina
que riega las aceras y el asfalto. 

Espero con un nudo en la garganta
mientras embelesado miro estática
la taza donde sorbo mi gélido café.

Estoy esperando sentado
y escucho los murmullos de la casa
y una avioneta está pasando cerca.

Mi madre se ha marchado con su bolso
sola a desayunar con sus amigas
mientras sigo esperando. 

 

 

 

 

 

Mi madre

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Igual que seca rama enjuta está mi madre:
ha llegado el principio de su ocaso. 

Como la endeble rama
se desgaja del árbol
y reza sus plegarias
al Dios del camposanto.

Mi madre se marchita
y cuenta ya las horas 
con los pétalos caídos del rosal;
igual que la amapola se está descolorando.

Me madre fue el jardín
donde crecían flores,
era verde foresta
la entretela de todos mis amores.

Mi madre ponía la mesa
con planchados manteles,
la ecónoma ella fue de nuestra casa
cumpliendo sus deberes. 

Tanto perdió mi madre
con el paso del tiempo,
ganó mi madre tanto
en este largo invierno.

 

 

 

 

La fe no mueve montañas

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Con fe se inmoviliza a la montaña
abstraída de sendas, de caminos,
de trochas, de pasiles y de trillos;
queda estática, incólume, ignorante,
erguida y solitaria en su atalaya
ajena a lo que suba o a lo que baje.

Con la fe se derrapa y se desliza
cayéndose de bruces contra el suelo,
se pinta sin pincel el vasto cielo
sin nubes, sin azul y sin paleta,
sin trapo y caballete y se esfumina
una sombra alargada que se aleja.

Nunca podrá la fe mover montañas 
por más que se construyan castillos en el aire,
por más que a Dios se rece o se interpele
o se le haga la ofrenda a la Potámide;
que por más insistir nada se obtiene
igual que el zahorí que no halla el agua.

 

 

 

 

 

 

  

Mi cumpleaños

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Hoy es día de cumplir los compromisos,
de hacer el escaso petate,
de coger los trenes y viajar,
de cumplir los horarios calendados.

Es el día en que afeitaré mi cara 
con la espuma del padre que es ausente,
de sentado leer la poesía
escrita por mujeres y por hombres 
que viven memorados en los libros.

Es un día en que celebro en soledad
mi cumpleaños. 

 

 

Los murmullos de la madrugada VI

 

 

Ha vuelto el chico de la escuela
de la vida, 

se pasea por la casa en calzoncillos,

en la cocina a oscuras se ha adentrado
y abre silencioso la nevera. 

Se deleita y mira el móvil
sentado en una silla,
su madre se levanta
instándole a que duerma. 

Me levanto celebrando mis liturgias
como cada madrugada
mi mano prende el cuenco con café
encendiendo el siguiente cigarrillo. 

Cada día leo versos
que otros han escrito,
repaso los míos tundiendo las teclas
irguiendo la espalda. 

El chico se acostó
con el buche rebosante
y sigo tecleando
iluminado por un flexo. 

 

 

  

Los murmullos de la madrugada V

 

                            Fotografía: wallhere.com

 

  

Me recuesto en el murmullo de la aurora

y rebusco en mi memoria recordarte

y dibujo con mis dedos la palabra

con que pueda detallar tu periferia.

 

Te recuerdo misteriosa caminando

tras el seto que marcaba la distancia,

alejándose mis pasos de los tuyos

pretendía que las horas se estancaran.

 

Enigmática marchabas silenciosa,

en silencio te veía indescifrable

tras el muro disciplente y desdeñoso

que por siempre separaba los destinos.

 

En la silla recostado te recuerdo 

el sendero franqueando de la vida,

de la vida que separa las veredas

y caminos que anduvimos separados.

 

Tu figura acaronada por la luna

con los árboles estáticos guindados

es recuerdo que custodia mi memoria 

y se esfuma con el paso de los días.

 

 

 

 

 

 

 

 

  

Los murmullos de la madrugada IV

 

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Al albor lentamente me levanto

en las sombras envuelto de la noche,

no distingo el camino que me atroche

a oficio de hierático disanto

con liturgia sacral de bello canto

de fragancias y aromas muy felices

donde ahondo yo a diario mis raíces,

con rumor y silbidos de vapores

que regalan riquísimos olores

y esencias con sus múltiples matices.

 

Y esencias con sus múltiples matices

olean los sabores tan gustosos

y con gestos que son muy minuciosos

se disuelven en éter sus barnices,

se atisban aromáticos carices 

que componen el exquisito gusto

de la rica ambrosía que degusto

y al camino retorno en que recorto

el trayecto iniciado y me transporto

despojado del sueño que era onusto. 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

Los murmullos de la madrugada III

 

 

 

Un silbato chirrió en la madrugada

distorsionando el sosiego,

la curación milagrosa,

que el enfermo precisa.

Antes de Laudes el yaciente impide
el descanso e insistente vocifera
con un claxon en sus labios.

La guardiana en silencio le reprende 
y retorna la calma del vacío.