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Ante mi arde la zarza en el desierto,
calla y el camino por dunas empiezo.
El yermo cruzo por la fina arena
donde huellas se amagan y mis pasos
borran toda vereda que ya anduve.
A mis espaldas llevo yo una fe,
una esperanza ansiada (sin mediar
más sacramento que mis propias manos),
por llegar a la orilla de un oasis
con agua y dátil que sacien mi afán.
Enmudeció la ardiente y nadie sigue
el camino que solo yo transito.
La compañía triste de mi sombra
es la guía y es el faro que me alumbra
la arribada a la tierra prometida.
Con sobria umbría y diáfana memoria
de un nombre, un sino, que no señaló
fogosa flama del zarzal que mudo
se calló y se mudó en ceniza vana,
tú dirás si te viene bien a gala,
Sol que con cálido fuego me abrasas,
que mi templanza embebeces, si me amas.
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