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La calaca pelona y descarnada
nos mira con luceros de arrogancia.
Sus soles nos observan sin cesar
indiferentemente
a los ricos y pobres,
a los viejos y los jóvenes.
A todo concebido nos espera
la triste calavera con cárcava de sombras.
Toda sombra se alimenta con luces que se apagan
y todo el mundo calla y algunos se rebelan
cuando el día se acaba.
Destino el nuestro infame
el que nos iguala, el que nos pondera,
el que pone en marcha
la barca del Hades
y el canto apilado en el Monte Osore.
La Parca es despiadada y enseña sus vergüenzas,
y a todo bien espanta los huecos de su rostro.
Sus pies cansadamente arrastra
abriendo sin permiso las puertas y ventanas,
entra en las cerradas casas
y mira debajo de las camas,
explora en los armarios y sube a las terrazas
buscando recompensa que siempre, siempre, la halla.